viernes, 19 de septiembre de 2014

En el mercado de esclavos


Por María Valarini
El lugar se veía oscuro, cualquiera diría que el anochecer había llegado; sin embargo, aún era temprano en el día. El suelo rojizo y la ausencia de cualquier elemento verde, ciertamente no ayudaba en nada a que se viera mejor el lugar. El desierto se mostraba en toda su fealdad y fiereza. La rústica galera en donde se cobijaban los vendedores y los compradores vociferando alaridos de victoria; el tosco entarimado repleto de esclavos; todo contribuía al aspecto depresivo y lastimero de aquel sombrío lugar. ¡Era el día de la gran subasta en el mercado de esclavos!
Los vendedores estaban eufóricos; nunca habían tenido tantos posibles compradores, quienes por su parte esperaban con ansia el inicio de la subasta. Los esclavos –encadenados, maltrechos, sucios, demacrados, macilentos, malolientes– totalmente sin esperanzas, contribuían al  triste  panorama. Pronto se iniciaría la subasta. ¿Qué les esperaba a los vendidos?  Más tormentos, más angustias, más dolor, y sobre todo la terrible sensación de inutilidad, de las preguntas sin respuestas “¿Para qué vivo? ¿Qué hay en el más allá? ¿Eso es todo lo que ofrece la vida?”  Preguntas, muchas preguntas, pero no hay esperanza, no hay respuestas. Todo es inútil, no hay fin para el dolor, no hay fin para el sufrimiento.
Espere, espere, ¿qué es eso? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué tanta algarabía? ¿Qué es esa luz que se acerca? ¿Quién es este hombre? Él no armoniza con el ambiente, Él no es de aquí. Sus ropas brillan en la oscuridad del día, su rostro resplandece como el sol. ¿Quién es Él? ¡Y trae dinero, mucho dinero en sus manos! ¡Este hombre! Este hombre con tanta gallardía es un comprador, ¡un comprador de esclavos! ¡Viene por todos los que están a la venta en el mercado! A todos los compra, por todos paga el precio pedido. Pero, ¿qué hace Él? Tan pronto los compra los limpia, los viste con ropas nuevas, los unge con perfume, los alimenta, les da carta de manumisión –ya no son esclavos, son libres –  y los envía a la casa de Su Padre.
¿Cómo? No puedo creer lo que ven mis ojos; no, no puede ser… ¡Hay algunos que rechazan al nuevo dueño, lo menosprecian y tienen en poco el precio pagado por ellos! ¡Prefieren seguir en el mercado de esclavos! ¿Cómo es posible? ¿No se dan cuenta que van camino a la muerte? ¡Es absolutamente increíble! ¡No quieren la libertad, pisotean sus cartas de emancipación, y maldicen al gran benefactor!
¿Hasta cuándo humanidad sufriente? ¿Hasta cuándo humanidad esclavizada? ¿Hasta cuándo humanidad avasallada rechazarás el precio pagado por ti? Ya no tienes que seguir en el mercado de esclavos, has sido declarada libre. Aprópiate de tu derecho de redención, otro lo pagó, eres libre.  
Y ahora te lo pregunto a ti. ¿Qué harás? ¿Aceptarás el pago del nuevo dueño? ¿Saldrás del mercado de esclavos? Sólo tú puedes decidir lo que harás y salir de tu esclavitud. Tu precio ha sido pagado, tómalo o déjalo. Pero decídete.  Frente a ti hay dos caminos: camino de vida para que vivas y camino de muerte que te ha mantenido y sigue manteniéndote muerto en vida. Los cielos y la tierra hoy son testigos, testigos de que han sido puestos delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y los tuyos. ¿Qué escoges? (Deuteronomio 30: 19).
Jesucristo es el nuevo dueño. En la cruz del calvario Él pagó por tu libertad, Él pagó para hacerte libre. Tan pronto oyes Su llamado y acudes a Él, saldrás del mercado de esclavos y serás llevado a la Casa del Padre. En la Casa del Padre pasas a una nueva categoría, entras como hijo de Dios y coheredero con Cristo Jesús. Este es tu destino, esta es la verdadera vida… Esta es la respuesta para tus muchas preguntas. Este es el inicio de tu vida eterna, la vida para “…que conozcas al único Dios verdadero y a Jesucristo a quién Él ha enviado…” (Juan 17: 3).