Cada día corroboramos que nosotros los cristianos enfrentamos situaciones difíciles con bastante frecuencia. En ocasiones no se trata de nosotros directamente, sino de alguien muy cercano y eso nos afecta. Las tentaciones y pruebas están en todo sitio: hogar, trabajo, calle y hasta en la iglesia. ¿Qué hacer cuando la carga se hace insoportable? ¿Qué hacer cuando la opresión nos envuelve con fuerza? ¿Qué hacer cuando el corazón estrujado por la opresión nos sumerge en mares de insomnios y angustias? ¿Qué hacer cuando tratamos de explicar u orientar y no nos oyen? ¿Qué hacer cuando tenemos la respuesta correcta, pero no hay oídos dispuestos a oírnos?
Les tengo buenas noticias, no estamos solos ni desamparados. Para cada situación que experimentemos el Señor ha provisto una salida, y si no la hallamos no se debe a que no existe, sino que nos hemos alejado de la frecuencia en la cual llegaba la orientación. Nos ha dicho el Espíritu Santo: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).
Por otro lado, el espíritu Santo igualmente nos dejó orientación para aquellos días en que “llevamos el mundo sobre los hombros”: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
Y para aquellas situaciones en que los que nos rodean están empeñados en desafiar a Dios y a sus mandatos, me remito a las palabras que el Señor le dijo al profeta Ezequiel cuando éste estaba rodeado de individuos rebeldes y de dura cerviz: “…Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo… yo te envío a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí… Yo… te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos. …Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes. … Hijo de hombre, toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré, y oye con tus oídos. Y ve y entra a los cautivos, a los hijos de tu pueblo, y háblales y diles: Así ha dicho Jehová el Señor; escuchen, o dejen de escuchar” (Ezequiel 2: 1-7; 3:10,11).
Usted y yo no podemos cambiar a nadie, pero dentro de esa imposibilidad cuidémonos de no cambiar lo que dice las Escrituras. No importa lo que pase, nuestras bocas solo deben expresar lo que dice nuestro Dios, duela a quien le duela, pues por encima de todo lo existente, resuena en los aires para todos los que quieran oír, las palabras del Santo Espíritu: “…Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29) y lo dicho por Jesucristo: “Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:33).
Y les dejo con esta promesa; promesa de aquel que le ama con amor eterno y le ha prolongado su misericordia: “Pero esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos, pues hay recompensa para vuestra obra” (2 Crónicas 15:7).
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