Si hay algo que satisface y llena el corazón de los padres cristianos es ver que sus hijos escogen la mejor parte en la vida: sentarse a los pies de Jesucristo.
Con nuestros hijos nos esforzamos mucho para darles la mejor educación que podamos costearles, proveerles la mejor alimentación, proporcionarles recursos para entretenimiento, velar por su salud física y emocional; y todo esto es deseable y meritorio. No obstante, esto no es todo. “La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido... Hagan tesoros en el cielo donde no serán corrompidos ni hurtados…” dijo Jesucristo.
Trabajamos arduamente para darles un mejor futuro, para dejarles más recursos económicos con el fin de facilitarles un poco la vida. Sin embargo, ¿cuántos padres se han preocupado de querer dejarles un legado espiritual? ¿De dejarles huellas que los conduzcan al Dador de Vida, Cristo Jesús? Antes que cualquier legado material, que mal administrado se volverá nada, ¿por qué no preocuparnos para dejarles un legado espiritual que los acompañará más allá de la muerte?
De la misma manera en que nos esforzamos y trabajamos para darles, a nuestros hijos, todo lo mejor que podamos, este mismo empeño debemos poner en hacer de ellos ciudadanos del Reino de Dios. Esta es la más grande y grata labor a la cual hemos sido llamados como padres.
Yo, como madre, tengo esta misma responsabilidad, y cuan placentero y agradable es cuando vemos nuestros hijos firmes en el Señor, peleando la buena batalla. En ocasiones, sí los veremos caerse, pero igualmente seremos testigos de su levantarse y seguir adelante en la senda preparada para ellos por nuestro Dios.
Toda esta introducción es para contarles cuan agradecida estuve con mi Dios cuando al leer lo que redacté (el post anterior: A ti mi Cristo…), mi hija me escribe para hacerme un comentario sobre lo leído. Y aquí me permito transcribirlo, no sin antes decirle a ella: Gracias, hija, por tus palabras. Uno de mis más ardientes deseos es poder dejar un legado espiritual cuando yo regrese a la casa del Padre, y que este legado conduzca a los que me sobrevivan a Cristo Jesús Señor nuestro. Si logro hacerlo, podré decir que mi vida valió la pena.
Estas son sus palabras:
“¡¡¡Me encantó!!!
Cuando regreses a casa, ten por seguro que esta será una de las lecturas que haré en tu honor. Cada palabra te refleja a ti y lo que has vivido y aprendido con el Señor. Declarar “yo creo en ti”, cuando las sombras de duda lo rodean a uno, mostrando la cruda “realidad” frente a nuestros ojos naturales (o más bien, debo llamarla la “percepción” de la realidad, porque la realidad no está en lo que se ve con estos ojos), es donde éstos deben cerrarse para ver, solo a Jesús, que es La Verdad.
¡¡Creo en ti Señor!! ¡Sé que mi vida también en tus manos está!”
martes, 19 de abril de 2011
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