¡Cuántos eventos desgarradores se han dado en estos últimos tiempos y semanas!
La convulsión en el mundo árabe, las protestas alrededor del mundo, la violencia e inmoralidad aumentando, el terremoto en Japón con los consiguientes desastres: tsunami, daño en los reactores nucleares, nevasca en las áreas devastadas para seguir con la contaminación radioactiva que continúa expandiéndose y asustando a muchos; sin mencionar los nuevos sismos acaecidos.
En nuestro mundo globalizado el país con más tecnología en el orbe es Japón. Es inquietante, y también sería sumamente irónico si no fuera tan aterrador, pensar que las catástrofes sufridas por el pueblo nipón no hayan podido ser detenidas ni minimizadas con todos los recursos tecnológicos que poseen y contaban en el momento de las calamidades.
¿Nos estará diciendo algo el Dios todopoderoso, el Rey de reyes y Señor de señores? ¡Ya lo creo!
Una de las necesidades básicas del ser humano es la seguridad, la necesidad de sentirse seguro. Fuimos creados con esta característica, nacimos con ella. Conforme crecemos y maduramos en el transcurrir de nuestra existencia, tendemos a buscar seguridad en personas, carrera, habilidades, economía, recursos tecnológicos y otros.
En un mundo tan materialista, con un galopante hedonismo en todas las áreas del vivir cotidiano, cuán fácil es “descansar” y “reposar” en los artilugios de la tecnología que alcanzamos a obtener y usufructuar. ¿Creemos y asumimos que la ciencia, las modas, las declaraciones de los “expertos” en cualquier área, las tecnologías de punta, nos garantizarán seguridad y salvación? ¿Qué estamos exentos de los embates destructivos de la naturaleza?
Los terribles eventos sufridos por el pueblo japonés nos pueden enseñar y llevarnos a reflexionar sobre muchas cosas, pero hoy mi énfasis estará puesto sobre los falsos asideros que erigimos a diario para sentirnos seguros en un mundo cada día más inseguro.
Los desastres vendrán, las tragedias se seguirán dando, y ¿dónde estará nuestra seguridad? El salmista en sus días se hizo la misma pregunta: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” (Salmos 11:3a).
La respuesta es: “Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra”. (Salmos 124: 8).
¡Nuestro Dios es nuestra seguridad, en Cristo Jesús estamos seguros, aun cuando muramos, pues al cerrar los ojos a esta vida pasajera los abriremos a la vida verdadera, la vida con Cristo el Señor!
¡Cuánto más se aturdan las naciones, cuánto más los elementos naturales se alteren, más debe ser nuestra dependencia y reposo en el Eterno Dios, creador de todo lo existente y creado!
¿Paz y seguridad? Solo Cristo Jesús nos las puede dar. Que los falsos asideros sean cambiados por los asideros divinos los cuales permanecen para siempre, de tal manera que podamos decir como el salmista:
“Dios es mi amparo y fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeré, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Salmos 46:1-3).
lunes, 11 de abril de 2011
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