Por María Valarini
Por mucho tiempo yo fui un zapato de raso, un magnífico y costoso zapato de tacón alto, salido de las manos del “señor de la moda”. Zapato que recorrió los más finos ambientes, pisando costosas alfombras mullidas; entraba en los lugares más selectos, recorrí el mundo en veloces y caros yates. Yo era un zapato de raso, alto, me rodeaba de los que eran similares amí. Ridiculizaba y me reía de los que no eran tan elevados como yo. El tiempo pasó, muchas cosas sucedieron; y poco a poco, al principio imperceptiblemente, luego de manera más evidente el raso del zapato perdía su color, los tacones se rompían en pedazos y dejé de ser zapato de raso. ¡Socorro! ¿Quién soy yo?
Me hice entonces zapato popular, de esos que cuando se mojan con la lluvia se deshacen. En ese medio conocí a muchos de estos zapatos, no eran tan feos como yo pensaba, lloraban y sentían como yo. Teníamos los mismos sentimientos. Conocí a otros más y luego, ¡era una zapatilla! No una zapatilla de marca, sino de aquellas que cuestan tres dólares el par. Y finalmente fui chancleta, de las que se venden en el mercado público.
En la medida que pasaba de ser un tipo de zapato a otro, mientras luchaba para saber quién era, fui conociendo el mundo real y verdadero. Logré conocerme a mí mismo, pude saber quién era yo. Por mucho tiempo pensé que era un zapato de raso con tacones altos; cuándo fui zapato popular todavía me sentía un poquito bien, pero la chancleta… ¡Esto sí fue difícil!, hasta que…
- ¡Qué pies bonitos tienes…!
- ¿Yo? ¡Pies bonitos?
- ¡Sí!, son bonitos, elegantes, estilizados…
- ¿Y qué de esa horrible cicatriz? ¡Cómo se burlan de mí!
- Tu cicatriz es única, tiene un significado, te identifica. ¡Tus pies son tus pies! Nadie te podrá menospreciar, excepto, si tú mismo te menosprecia. Lo que piensas de ti es lo que los demás verán.
- ¡Sí!, ¡sí!. . . ¡Mis pies! ¡Son mis pies! ¡Y son bellos! ¡Son míos! ¡Mis pies!
Y sin más decir, tiré la chancleta. Fue fiero el camino hasta saber quién era. Terrible el permitirse uno mismo ser despreciado y marginado. No obstante, aprendí algo que cambió totalmente mi vida: Aunque use zapatos de raso productos del "señor de la moda", zapatillas baratas o chancletas con huecos; aunque camine por alfombras costosas, pisos de madera pulida, por mosaicos exclusivos o pisos de tierra, ahora lo sé, yo sé quien soy:
¡Yo no soy el zapato, soy el pie que calza el zapato!
Lo importante no es el zapato…
¡lo que cuenta son los pies!
Lo importante no es el zapato…
¡lo que cuenta son los pies!
Muy buena historia, trataba de agarrarle el hilo, y me di cuenta que no es sobre el zapato, sino que la persona que llevaba el zapato se sentía más por el tipo de zapato que llevaba, se sentía como ese zapato fino, pero al final puedo notar que ya la persona se dio cuenta que no era el zapato sino que era un individuo que valia por lo que era y no por lo que vestía, y se dio cuenta que a pesar de tener el zapato más barato (las chancletas) la notaron por lo que era, no por lo que traía puesto.
ResponderEliminarMuy hermosa historia, gracias!