El mundo con sus vueltas y revueltas, trae a la Iglesia de Jesucristo temas antiguos, pero que hoy adquieren mayor relevancia, a los cuales hay que hacerles frente, afrontarlos. La iglesia es llamada a dar repuestas satisfactorias, desde el punto de vista de Dios, y no esconderse en una auto impuesta burbuja de un “mundo aparte”, viviendo como si estuviera en aislamiento o separada del orbe terrestre.
Entre los diferentes temas a los cuales la iglesia debe responder, emerge cada día con más fuerza el homosexualismo. Ya nada es como era. Lo que antes se llamaba “abominación”, ahora se le denomina “orientación sexual”; al homosexual ahora le dicen “gay”, del inglés “feliz”; a los inmorales “derechos especiales” exigidos por los homosexuales, ahora se les dicen "derechos equitativos" o "protección de igualdad".
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5: 20). Palabras escritas por el profeta Isaías, aproximadamente en el 700 a. C., y que sin embargo, encajan a la perfección en nuestro mundo del año 2011, siglo XXI.
La situación imperante en el orbe, en todo lo relacionado a la moral y principios cristianos, está bajo un aluvión mortal, dispuesto a acabar con todo lo sano, lo bueno, lo justo, lo que agrada a Dios. En este vendaval que nos está arrastrando, ¿qué hace la Iglesia de Jesucristo? ¿Duerme envuelta en falsos ropajes de espiritualidad, en un vano intento de aislarse del mundo circundante? ¿De veras creemos, que con solo ignorar un tema, un problema, éste desparecerá por si solo?
Es tiempo de que la Iglesia del Señor despierte a su realidad, y participando más de su entorno socio-político, podamos retardar o detener las olas de inmundicia que ya se derraman en los países más industrializados, contaminando a todo el planeta, con un plan bien articulado por las tinieblas con el fin de hacer desaparecer la “sal” de la tierra y la “luz” del mundo: nosotros, los creyentes.
Cuando nos permitimos incursionar en el acontecer mundial, enterarnos de las noticias relacionadas al mundo homosexual, nos horrorizamos; y tal vez más nos refugiemos entre las cuatro paredes de nuestras iglesias, puesto que allí nos sentimos seguros. Sin embargo, cuanto más avanza la inmoralidad, es cuando más necesitamos trabajar como Iglesia para rescatar a estos hombres y mujeres, simultáneamente víctimas y victimarios, de muchas mentiras y tergiversaciones respeto al género, llevándolos a creer y justificar la existencia de un “tercer sexo”.
Lo común, usual y normal hoy día, es ver y oír a los medios de comunicación mostrándose a favor de la conducta gay, y defendiendo sus “derechos”, la discriminación que “sufren”, la “falta” de tolerancia, la “homofobia” – este es el término mal empleado por los activistas “gays” para definir la aversión que las personas normales experimentan por los homosexuales–, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o la adopción de niños. Tanta es la presión, que todos, hasta homosexuales –comunes y corrientes– terminan por creer y aceptar que el homosexualismo es natural. Tal tergiversación de la verdad coloca al homosexual en una posición más difícil aún, pues ¿cómo buscará su libertad, si le enseñan que es una persona libre?
Igualmente, esa defensa –tan bien estructurada– del homosexualismo por los medios, pone en riesgo a la misma sociedad, pues los no homosexuales comienzan a apoyar dicho movimiento, teniéndolo por legítimo y justo. Y debido a esa presión, muchos cristianos también apoyan la pretensión homosexual, permitiendo que la influencia de los medios sobrepase las verdades contenidas en la Palabra de Dios.
Las personas cautivas por el homosexualismo necesitan de nuestro amor y comprensión como todos los demás pecadores. No obstante, ningún pecado deberá ser tolerado o aceptado como forma de vida, ni por nosotros los creyentes, ni por la sociedad. Las mentiras promovidas y favorables al homosexualismo, deben ser refutadas por cada miembro del Cuerpo de Cristo.
La iglesia debe despertar a esa realidad, pues conforme se logran avances en la llamada “Agenda Gay”, mayores peligros se ciernen sobre la Iglesia de Cristo. La finalidad de esta disertación escrita es doble. Primeramente, es reconocer que los homosexuales son hombres y mujeres creados y amados por Dios, hombres y mujeres por quienes Cristo murió, y a quienes debemos llevar las nuevas de la salvación eterna y de la libertad que hay en Cristo. En segundo lugar, es proporcionar a los creyentes elementos de juicio a fin de que puedan dar a conocer su posición cristiana en cualquier lugar en donde se les cuestione, incluyendo debates televisivos, en la radio, en artículos periodísticos o en revistas, etc. Es hacer que los hijos de Dios se conviertan en voceros de la verdad divina, sin temor al qué dirán, dispuestos a ser luz donde quiera que estén.
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