miércoles, 29 de junio de 2011

¡Por favor, no lea este mensaje!

De nada sirvió pedir, ¿cierto? Observe: Hice una solicitud (no impuse un mandamiento), le pedí educadamente (y no amenazando con el fuego del infierno), no ha sido una imposición hecha dentro de una maquiavélica iglesia institucional por pastores tiránicos y aun así... aquí está usted leyendo este mensaje. ¿Y por qué? Nadie le obligó, ciertamente usted podría estar haciendo muchas otras cosas en este momento, no va a ganar dinero o prestigio por leer este artículo... en suma, no había ninguna razón para que desatendiera  una solicitud que le hice con la mayor objetividad y cortesía: "Por favor, no lea este mensaje". Entonces, ¿por qué rayos está leyendo? Simple: porque dentro de usted, de mí y de todas las personas, se da una guerra, cuyo detonante es algo que se llama "pecado". Es este tal "pecado" el que hace  que siempre queramos hacer lo que nos da la gana y tomar las riendas de nuestra vida.
La respuesta es simple: usted está leyendo este mensaje simplemente porque quiso. Y eso es todo.
Pecar es exactamente eso: un intento de quitar de las manos de Dios la autoridad para decidir qué hacer. Es decirle a Dios: "El que manda aquí soy yo". Dios dice “no” y yo digo “sí”: listo, pecado. Dios dice "azul" y yo digo "rojo": listo, pecado. Dios dice: "vida" y yo digo "muerte": listo, pecado. En otras palabras: pecado es decirle al Creador que Él no tiene nada que hacer con mis decisiones, y es mejor que no se entrometa en esto que estoy a punto de hacer –y que probablemente haré. ¡El que manda aquí soy yo!  
Estamos entrañados en este mal desde la infancia. Usted lo puede ver en un bebé de seis meses de edad: usted le dice "come" y él da un manotazo en la cuchara. Y ello a pesar de saber que desobedecer las normas es malo (Romanos 3:20). Sabemos exactamente lo que está bien y lo que está mal,  sólo que para el hombre natural igual le da, siempre y cuando a él le salga bien.
Pero entonces... ah, ocurre una cosa curiosa, rara, milagrosa, emocionante: un día, de la nada, sin que lo esperemos, el Espíritu Santo de Dios se acerca a usted, extiende la mano, toca su corazón, susurra a su oído y le dice… ¡"Ven"!. ¡Oh, qué glorioso evento! En el momento en que Él hace esto, las manos y los pies de Jesús de Nazaret son clavados en la cruz, el Mesías sufre dolores insoportables y se cumple Romanos 4: 25: “… fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”
¡Sí! ¡Por el atroz sufrimiento del Cordero sin mancha somos justificados! ¡Regenerados! ¡Adoptados! ¡Salvados! ¡En aquel glorioso momento nuestro nombre es escrito en el libro de la vida y recibimos las llaves de la gloria eterna! Y a partir de allí, viviremos por todos los próximos años libres de pecado, caminando por gracia, sin cometer actos de maldad, sin maltratar al prójimo, sin desobedecer a Dios, casi como angelitos tocando liras con corazones puros. Ya no hablaremos mal de nadie, no más mentiras, ya no odiaremos, no tendremos envidia, no codiciaremos  la mujer o el hombre del prójimo/a,  pues ¡estamos li-bres-del-pe-ca-do! ¡Aleluya!
Espere, espere… espere un minuto.
Calma.
Esta descripción no concuerda con lo que vivo y con lo que veo a mí alrededor entre mis hermanos en Cristo. Ahora estoy confundido. Hace dieciséis años el Espíritu Santo de Dios me dijo: "Mauricio, ven". Y fui. Racionalmente sé y confieso con mi boca con toda la certeza en mi corazón: Jesucristo es el único Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por Él; que es mi Señor y Salvador y sin Él yo no tendría ninguna manera de ir al cielo, pues solo por el mérito de Jesús, por su sacrificio en la cruz, tengo acceso a la vida eterna. Así que, si todo sucedió... ¿por qué todavía miento, odio,  codicio la mujer del prójimo, envidio, soy egoísta, intrigante, materialista, tengo ganas de pegarle a algunas personas... ¿por qué? ¿Por qué mi mente está poblada de pensamientos de ira, lujuria, rencor, desesperanza, depresión, egocentrismo? ¿No se suponía que debiera haber sido liberado automáticamente de todo esto?
Pablo dice en Romanos 6: 22: "Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna". Ahora bien, ¡he sido libre del pecado! ¡Yo soy siervo de Dios! ¡Cosecho los frutos de la santidad!  Entonces ¿por qué todavía tengo tantas ganas de pecar? ¿Por qué todos los días me mueeeeeeero de ganas de hacer un montón de cosas malas? ¿Eso significa que no he sido salvo? ¿Me habré extraviado? ¿El diablo es más fuerte que yo?
Nada de eso. Hay una buena explicación.
La verdad es que cuando fuimos justificados ello no nos libra de la podrida carne con que estamos formados. Nuestro espíritu pasa por una metamorfosis, de muerte a vida, pero la carne sigue siendo igual que antes. Por lo tanto, donde antes no había conflicto (ya que la carne y el alma querían revolcarse en el fango y pasear por los basureros saltando cogidos de la mano), ahora hay una guerra. Mi espíritu manifiesta en si el fruto del Espíritu Santo de Gálatas 5: 22, 23, pero mi carne anhela la concupiscencia descrita en Gálatas 5:19-21, toda clase de inmundicia.
Es decir, la conversión es el principio de una guerra en nosotros. Nosotros contra nosotros.
Es por causa de esta guerra que usted no atendió mi cortés petición para no leer este mensaje. Pues, aunque su espíritu diga "hagas a tu prójimo lo que te gustaría que te hicieran a ti", su carne dice "que importa, ¿quién lo sabrá? Haz lo que quieras, pues esto es el todo de la ley". Y la guerra no cesa: usted quiere mantener su cuerpo santo, pero la carne le hace acceder a sitios pornográficos en Internet. Su espíritu le lleva a perdonar la ofensa, pero la carne quiere venganza. Su espíritu regenerado es generoso, pero su carne es codiciosa. Su espíritu quiere honrar a sus superiores, pero su carne quiere hablar mal de sus líderes y sus pastores. Y vivimos en este tira y hala a diario.
¿Se identifica con esta realidad que estoy describiendo?
Si respondió , le doy una grata noticia: felicidades, eres parte de un selecto grupo de personas que fueron llamados a la salvación. Pues el hombre que no ha sido salvo por Dios para estar entre los elegidos, no se enfrenta a esta guerra. Él hace lo que está mal y no sufre nada por ello. Mas cuando los elegidos para salvación hacen lo malo, se quebrantan, se humillan, se cubren de polvo y ceniza, se arrodillan y piden perdón de sus pecados. Pablo mismo se confesó: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago" (Romanos 7:19).
Nunca he conocido a un hombre de Dios que no peque. Nunca conocí a una mujer de Dios que no desobedeciera al Señor. Tú, yo, todos vivimos un conflicto que durará hasta nuestro último aliento. Mientras estemos atrapados en este cuerpo de muerte, que es el pecado, pecaremos. La diferencia entre nosotros y aquellos que no recibieron el llamado del Espíritu es que a nosotros nos importa, porque cada día somos convencidos de pecado, de justicia y de juicio – y eso no es de nosotros, es don de Dios. Y porque nos preocupamos, buscamos el perdón junto al abogado que es Cristo y continuamos en el campo de batalla. Pecando. Cayendo. Siendo levantados. En la guerra. Disparando, recibiendo golpes, lanzando golpes, siendo heridos. Y así vamos por el camino estrecho hacia la puerta estrecha, hacia el día en que la carne dejará de existir y solo habrá el espíritu. Y sólo entonces será firmado el armisticio y la guerra será  ganada.
Jesús, de hecho, ganó la guerra cuando dijo: "Consumado es". Pero, seguimos en la lucha hasta que seamos llamados para entrar en la muerte, que es el comienzo de la vida eterna. Hasta entonces, mi amigo, mi amiga, esta desgracia llamada carne, continuará haciendo que usted lea mensaje que alguien le pidió que no lo leyera. O tener pensamientos sexuales con aquella persona que no es su cónyuge. O deslizar un poco de dinero ilícito en su bolsillo. O decirles a sus padres que pasará la noche en casa de un amigo, mientras estará en la discoteca. U odiar a los odiosos cuando debería amarlos. O hacer cualquier otra cosa que entristezca el corazón de Dios.
Es una guerra terrible. Y en esta guerra, hay un traidor entre medio nuestro. Hay alguien que es parte de nuestro ejército y que milita contra nosotros. Su nombre es “justificación”. Cada vez que pecamos, la justificación viene queriendo dar una manito. Argumentar. "Dios perdona",  le recuerda. "Oh, usted se lo merece", sugiere. "Nadie se dará cuenta", y te guiña el ojo. "Usted levantó la mano en la hora del llamado al altar, ya es salvo, y un pecadito no le hará daño", susurra. "Usted va todos los domingos al  culto, este pecadito no que le hará mal", dice. Y así, la justificación siempre encontrará una excusa que llevarlo al pecado. Usted, entonces, comienza a escucharla y a hacer lo que dice el traidor. Pero, de repente...
De repente viene el Espíritu de Dios y dice, con voz dulce y suave: "Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10: 26, 27). 
Y al oír esto, me estremezco de arriba a abajo. Y me pregunto: la próxima vez que yo lea "Por favor, no lea este mensaje" ¿cuál será mi actitud?
En la hora de la tentación, recuerdo el día en que el Espíritu me dijo: "Ven"; él me regaló armas que yo podría usar en esta guerra. Y antes de que yo lea cualquier mensaje que me pidieron no leer, antes que adultere, que mienta, que hurte, que odie, que codicie, que envidie, que mate, que defraude, que calumnie, antes que cometa cualquier acto contra la santidad de Dios, buscaré echar manos de las armas del Espíritu: oración, ayuno, buenos consejeros, buenos libros, el cinto de la verdad, la coraza de justicia, el apresto del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Y con estas armas en la mano, Jesús sólo le pide un único y simple favor: “Vete y no peques más”.
Paz a todos ustedes que están en Cristo.

*Maurício Zágari:
Cristiano, brasilero, periodista, escritor, traductor, editor y locutor.

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