Hoy amanecí triste Señor… La tristeza y la angustia de mis hermanos me consterna, Jesús. Tanto dolor en el mundo, tanto dolor en los tuyos. Corazones desgarrados, sangrantes; ellos no pueden entender porque ocurren ciertas cosas y se deprimen, se angustian, y dudan…
Cuánto quisiera aliviarles el dolor, ahuyentar la angustia que se cierne sobre ellos como un rústico manto oscuro, hacerles entender que no hay nada que nos suceda que Tú no lo puedas utilizar para bien…
Cuánto quisiera transmitirles la seguridad de que Tú velas por nosotros, que todo lo nuestro te atañe, y que nos tiene esculpidos en la palma de tus manos…
Cuánto quisiera gritar a los cuatro vientos que Tú eres real, y aunque el dolor sea intenso, de ti siempre estará fluyendo el bálsamo reconfortante que alivia al que busca tu rostro…
Cuánto quisiera darles de tu inmenso amor, ese amor que me ha sostenido, que me ha permitido sortear grandes dificultades y obstáculos…
Fortaléceme cada día, Señor; lléname de tal manera de ti, que ya no viva yo sino que vivas Tú en mi…
Que mis manos sean las tuyas, que mis pies sean los tuyos…
Consuela con mi voz, anima con mis gestos, levanta con mis brazos…
Y cuando llegue el final de los tiempos, todo mi ser seguirá proclamando a todo el universo que sólo a ti Señor, sólo a ti mi Jesús, fue, es y será siempre el reconocimiento, la gloria y la alabanza…
miércoles, 6 de abril de 2011
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