Hace un par de años, después de momentos sumamente difíciles, en estos tiempos de reflexión que en ocasiones solemos practicar, me puse a pensar en cuan bendecida había sido por la provisión divina a mi vida a través de siete mujeres –más que hermanas, amigas– tan queridas.
Fueron siete mujeres, cada una estuvo en el momento propicio; cada una aportó mucho a mi vida. Ellas fueron el más hermoso ramillete de hermosas flores que trajeron fragancia a mi vida en los momentos de nauseabundos olores productos de la angustia, del dolor y del sufrimiento.
En aquel entonces las reuní y escribí a cada una de ellas como muestra de gratitud a Dios por sus vidas y por traer bendiciones a mi vida. Ahora, releyendo lo escrito en el pasado, quiero nuevamente dar gracias a Dios por estas mujeres –una de ellas ya se ha ido a la Casa del Padre– y que lo escrito en este blog (omitiré los nombres de mis amigas) toque algunos corazones y levante en cada lector/a un aluvión de acciones de gracias a nuestro Dios.
Sé, que tal como a mí, nuestro Dios ha puesto en tu camino personas asombrosas y que, tal vez, no te has detenido a pensar en ellas. Si mi ejemplo te mueve a dar gracias a tus personas maravillosas, hazlo rápido, no te demores, pues la ordenanza del Señor sigue vigente “sed agradecidos…”
Querida E…
Corría el año 1976, estábamos en un retiro en El Valle, y allá llegaste y nos conocimos. Desde el primer día me caíste muy bien. Siempre fuiste “chispa”. Después de un tiempo empezamos a trabajar juntas en la misma congregación.
En la ocasión en que me entrevistabas para la membresía de la iglesia, puesto que debería ser miembro para poder trabajar en el área de educación cristiana, me preguntaste que quería yo del Señor, y me acuerdo que te contesté que quería ser una vasija de honra en Sus manos. Veía la vasija como un ánfora, muy bonita y muy elaborada.
Luego, estuvimos juntas en el Cuerpo Oficial y pude conocerte un poquito más, y te admiraba mucho. Oraba y decía yo al Señor que quería ser como tú. Me encantaba tu forma de orar. Tu sensibilidad al Espíritu Santo.
Y ahora tantos años después, puedo decir que fuiste la primera cristiana que me impresionó y que me hizo desear ser como esa creyente, un verdadero vaso de honra. Definitivamente amiga, haces parte de mi vida.
Esa es la razón de mis palabras, una forma de decirte “gracias” por haber sido tan especial para mí. Siempre sentí tu amor hacia mí, aun cuando yo era tan “hermética”. Supiste ganar mi corazón y aunque estemos físicamente distanciadas, en diferentes iglesias, quiero que sepas que mi amor, mi aprecio y mi gratitud por ti permanecen inalterables y seguirán hasta la eternidad.
Gracias amiga, gracias hermana, has dejado huellas dignas de imitación.
Gracias, y que de lo mucho que me diste, pueda el Señor multiplicarlas en bendiciones a ti y a los tuyos, hoy y hasta el día del encuentro con Él. Siempre estarás en mi corazón, y en la eternidad caminaremos juntas al lado de nuestro Amado Señor Jesucristo.
Querida R…
Desde que me convertí, allá por el año 75, siempre te veía pero no te conocía. Cuando iba a tu iglesia, con la bendición del padre director (acuérdate que nos convertimos en el Movimiento Carismático) veía la hermana R…, la encargada de Educación Cristiana, dando anuncios en el culto, promoviendo Retiros y Cursos.
Debo decirte que en estos años de convertida, del 75 al 88, había leído mucho, participado en muchos eventos cristianos, oído una gran cantidad de predicadores, hombres y mujeres de Dios, y aunque ciertamente me ministraron y aprendí mucho con ellos, ninguno marcó fuertemente mi vida.
Sin embargo, allá por el año 1988 en el Instituto Bíblico, decidí asistir a la clase de Tipología, dictada por la profesora R…. En esa clase te conocí, no tu vida personal, sino tu vida de comunión y de relación con nuestro Dios, que se reflejaba en lo que hacías y decías.
Asistía a tus clases embelesada por todo lo que aprendía, pero sobre todo por tu propia vida. De ti fluía el amor que le tenías al Señor Jesús; oírte hablar de Él era como oír una declaración de amor de un alma enamorada hasta lo sumo. Fuiste la primera persona que me impactó por el inmenso amor que le tenías a Jesús, y quise ser como eras. Oraba a mi Dios y decía: “Jesús, quiero ser y amarte como te ama mi hermana R…”.
Y ahora en mis 25 (hoy ya son 37) años de andar con mi Señor, cuando lo amo con todo mi ser, con todo mis fuerzas, y cuando puedo decir como el apóstol Pablo “para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”, quiero que sepas que soy fruto de una semilla de amor sembrada por ti en mi corazón, en unas clases de Tipología.
Fue muy grande lo que me brindaste, y aunque no se puede recompensar en su totalidad, no hay nada que pague lo que me diste, quise retribuirte hoy y decirte “gracias amiga, gracias hermana, gracias compañera de milicia. Tus huellas fueron como las huellas del Maestro, dignas de seguirlas. Gracias”. Siempre estarás en mi corazón, y la eternidad nos encontrará juntas, amando y adorando a nuestro Señor Jesucristo.
Querida M…
Cuando en mi vida por vez primera el Señor me lleva al desierto, cuando empieza el duro y necesario trato de Dios hacia mí, con el único fin de hacer de ésta la mujer conforme a Su corazón, tú entras a mi vida como el Simón de Cirene que Él levanta para ayudarme a cargar mi pesada cruz.
Aunque pasara media eternidad nunca podría, ni podré, olvidar lo que fuiste para mí. Fuiste la mano que me consoló, la voz que me alentó, la maestra que me ayudó a disciplinarme en la oración, la amiga que sufrió conmigo. Sólo la eternidad dirá todo lo que hiciste por mí, que quizás ni tú misma lo supiste en su totalidad, pues fueron victorias en el mundo espiritual, ocultas a nuestros ojos mortales.
En los días en que le doy gracias a Dios por aquellas personas que dejaron huellas en mi vida tú nunca podrás estar ausente. Fuiste de mucha bendición, de ánimo, de firmeza para mí. Cuantas veces no tenía a donde ir en mi desesperación, en mi soledad, en mis angustias, y allí estaba tu casa y tú, siempre disponible, a pesar de que también tú misma tenías problemas. Fuiste la hermana que nunca tuve, fuiste la pariente cercana que nunca tuve aquí en Panamá.
Gracias amiga, gracias hermana. Mis palabras y el retribuirte hoy son aspectos insignificantes comparados con tu participación en mi vida, pero recíbalos de un corazón sincero y agradecido. Mi clamor hoy es que así como bendijiste mi vida, pueda el Señor bendecirte a ti y a los tuyos. Oro para que siempre sigas cosechando de lo que sembraste en mí, y que nunca te olvides que tu labor en el Señor no es ni fue en vano.
Lo sembrado en mí ha dado fruto y tú tienes y tendrás parte en esa cosecha. Eres parte memorable de mi pasado y serás parte gloriosa de mi futuro y del tuyo, con el Señor en la eternidad.
Querida B…
Fuiste la ovejita que bendecía a la pastora. Eras como un refrigerio en medio al calor del día. Fuiste el oído dispuesto a escuchar, los ojos dispuestos a llorar, las manos dispuestas a consolar en mis momentos difíciles. En tu poco crecimiento, eras una ovejita recién nacida, amabas al Señor y querías agradarlo, y eso me alegraba y me llenaba el corazón. Fuiste de aliento, de ánimo, de estímulo en mi vida.
Tu vida me ha animado a seguir invirtiendo en el ser humano, pues si bien hay muchos que no responden, tú si respondiste y diste fruto. Pasaste por tormentas, por tempestades y has permanecido y siento que tengo parte en ello y a la vez sé, que tú tienes muchas partes más en mi propia vida.
Hoy quise retribuirte y decirte que eres parte de las siete mujeres que nuestro Dios ha permitido que estuviesen en mi camino. En mi galería de hermanas – más que hermanas – de amigas, estás tú, ocupando un lugar de honor. Mostrabas una cualidad muy apreciada por mí en aquellos días: no tenía yo que decirte nada, con sólo verme sabías lo que había en mi corazón. Siempre tuviste mucha sensibilidad y un corazón muy tierno, gracias.
La eternidad nos mostrará la realidad de las muchas cosas que ahora no entendemos en su totalidad. Allá conoceremos como fuimos conocidas y allá sabremos todo lo que afectamos al reino espiritual en aquellas incontables veces que doblábamos rodillas por alguien, tal como lo hiciste tú por mí en considerables ocasiones.
Tienes mi eterna gratitud y mi eterna amistad. Lo que empezamos aquí en esta tierra lo seguiremos en el más allá con el Señor. Gracias amiga, gracias hermana mía. Siempre estarás en mi corazón, y la eternidad nos encontrará juntas amando y adorando a nuestro Señor Jesucristo.
Querida E…
Amiga, hermana... ¿Qué no ha sido tú para mí? Fuiste la hermana que nunca tuve, fuiste la amiga que supo apreciarme, entenderme, animarme, y amarme, en las buenas y en las malas. Fuiste la que vio mi lado feo y mi lado bonito, y a pesar de eso nunca faltó tu amor hacia mí.
E…, amiga, todo lo que yo pueda escribir o decir no podrá nunca darte siquiera una pincelada de lo que significaste en mi vida. Fuiste la que no permitió que se cumpliera en mi vida el “¡ay del solo!” Pues fuiste el “uno” para levantarme cuando caía, fuiste el “uno” que me permitió resistir cuando los embates de la tempestad casi hacían naufragar mi barquita.
Fuiste la que vivió conmigo mis dolores más terribles, mis medianoches de sombra y angustias. Siempre me animaste, me consolaste, me levantaste.
Fuiste instrumento en las manos del Dios nuestro para bendecir mis noches oscuras. Creíste en mí cuando ni yo misma lo podía hacer. Cuando veía todo negro, tú siempre veías algo de luz. Gracias, gracias, gracias.
Hoy, cuando nuestro Dios me ha levantado, quiero decirte que has tenido parte en ello. Si no hubieras creído en mí, si no hubieras estado allí para que yo no estuviera tan sola, ¿qué hubiera pasado? Dios lo sabía, por eso te puso allí a mi lado. Y, aunque mi entorno siga igual, ya yo no soy la misma. Mi Dios y tu Dios, se ha glorificado y me ha hecho libre. Las cadenas que me ataban a mi aguijón se han roto y hoy soy libre. Libre para amar como ama mi Señor, libre para servirle como Él quiere, libre para ir a donde me envíe, libre para ser yo misma en Él. Y tú eres parte de esa victoria, gracias.
Mi clamor hoy es que así como bendijiste mi vida, pueda el Señor bendecirte a ti y a los tuyos. Oro para que siempre sigas cosechando de lo que sembraste en mí, y que nunca te olvides que tu labor en el Señor no es ni fue en vano, y que lo sembrado en mí ha dado fruto y tú tienes y tendrás parte en esa cosecha.
Mi amor, mi cariño y mi gratitud por ti te acompañaran por toda la eternidad
Querida A…
Podrán pasar los años, muchos años, y nunca podré olvidar los buenos y refrescantes momentos pasados a tu lado en tu acogedora casita de muñeca.
Tu atención que me hacía sentir tan especial, tan querida, tan importante para alguien. Pude experimentar en mis momentos tristes y sombríos un dulce refugio en tu casa.
En el momento preciso de la historia de mi vida, en la etapa más desesperante, más sombría, más deprimente, entraste tú como la amiga que me alentaba, la amiga que me animaba, la amiga llena de Dios que actuó como el bálsamo que mi alma necesitaba tan desesperadamente.
No tienes idea de lo que significó el ir cada jueves a que compartiéramos tan buenos momentos. Cuando el dolor era tan grande que no quería llegar a mi casa, tu amistad fue el oasis que me ayudó a sobrevivir en el desierto tan extenuante y agotador por el cual atravesaba. Viviste conmigo mis momentos negros, y me entendiste y siempre estuviste allí. Gracias, gracias, gracias.
Estás próxima a mudarte para otra ciudad, me harás falta siempre y por allá te iré a visitar. Pero hoy quise agradecerte. Eres parte del ramillete de hermosas rosas que mi Dios y tu Dios ha permitido que me acompañaran en estos doce años de desierto y de sequedad, cada una en su momento y en su lugar.
Eres parte memorable e inolvidable de mi pasado. Mi clamor hoy es que así como bendijiste mi vida, pueda el Señor bendecirte a ti y a los tuyos, sobre todo ahora que estarás lejos de Panamá. Con amor, gratitud y cariño,
Querida I…
Eres mi presente, eres el instrumento de mi Dios para bendecirme, para volver a introducirme en el ministerio que Él tiene para mí. Has creído en mí, has confiado en mí. Has conocido mi parte mala y mi parte fea, y no te has desalentado, ni me has apartado. Todo lo contrario, me extendiste la mano
y me levantaste.
Cuando llegué a ti, clamando por un pastor, un pastor que fuera mi amigo, que me ayudara, que me levantara, que me diera de comer, allí te encontré. Me envolviste en tus brazos, curaste mis heridas, me diste manjar del cielo, y me ayudaste a volver a poner mis manos en el arado.
Muchas veces le pregunté al Señor el porqué de haberme dejado tan sola; pues aún su Palabra dice “¡ay del solo!” En aquel entonces no podía o no quería ver. Estaba tan herida, tan lastimada, sangrante, que no veía nada más allá de mi propio dolor. Pero en estos últimos tiempos, cuando Él me ha levantado, me ha sanado, me ha restaurado, puedo ver la verdad: nunca estuve sola.
En cada etapa difícil, en cada momento decisivo y crucial de mi vida Él puso a mi lado mujeres de valor, mujeres bendición, mujeres que me ayudaron a llevar mi cruz; mujeres que fueron Simones de Cirene.
He sido muy bendecida pues Él ha puesto en mi camino un inigualable ramillete de siete (¿El número perfecto de Dios?) hermosas rosas, de las cuales tú eres el broche de oro que cierra el ramo de flores, y estoy agradecida.
Él ha sido bueno y muy especial en Su trato conmigo y tú has sido testigo de “el antes” y “el después” y sé que ni siquiera la eternidad será suficiente para agradecerle cabalmente lo que Él ha hecho y el papel que jugaste tú en todo ello. A ti, mujer de Dios, esforzada y valiente, gracias, muchas gracias. Mi corazón está agradecido; tienes todo mi amor y aprecio.
jueves, 7 de abril de 2011
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