jueves, 30 de junio de 2011

Los tentáculos que pretenden estrangular la iglesia de Cristo

El mundo con sus vueltas y revueltas, trae a la Iglesia de Jesucristo temas antiguos, pero que hoy adquieren mayor relevancia, a los cuales hay que hacerles frente, afrontarlos. La iglesia es llamada a dar repuestas satisfactorias, desde el punto de vista de Dios, y no esconderse en una auto impuesta burbuja de un “mundo aparte”, viviendo como si estuviera en aislamiento o separada del orbe terrestre.
Entre los diferentes temas a los cuales la iglesia debe responder, emerge cada día con más fuerza el homosexualismo. Ya nada es como era. Lo que antes se llamaba “abominación”, ahora se le denomina “orientación sexual”; al homosexual ahora le dicen “gay”, del inglés “feliz”; a los inmorales “derechos especiales” exigidos por los homosexuales, ahora se les dicen "derechos equitativos" o "protección de igualdad".
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5: 20).  Palabras escritas por el profeta Isaías, aproximadamente en el 700 a. C., y que sin embargo, encajan a la perfección en nuestro mundo del año 2011, siglo XXI.
La situación imperante en el orbe, en todo lo relacionado a la moral y principios cristianos, está bajo un aluvión mortal, dispuesto a acabar con todo lo sano, lo bueno, lo justo, lo que agrada a Dios. En este vendaval que nos está arrastrando, ¿qué hace la Iglesia de Jesucristo? ¿Duerme  envuelta en falsos ropajes de espiritualidad, en un vano intento de aislarse del mundo circundante? ¿De veras creemos, que con solo ignorar un tema, un problema, éste desparecerá por si solo?
Es tiempo de que la Iglesia del Señor despierte a su realidad, y participando más de su entorno socio-político, podamos retardar o detener las olas de inmundicia que ya se derraman en los países más industrializados, contaminando a todo el planeta, con un plan bien articulado por las tinieblas con el fin de hacer desaparecer la “sal” de la tierra y la “luz” del mundo: nosotros, los creyentes.
Cuando nos permitimos incursionar en el acontecer mundial, enterarnos de las noticias relacionadas al mundo homosexual, nos horrorizamos; y tal vez más nos refugiemos entre las cuatro paredes de nuestras iglesias, puesto que allí nos sentimos seguros. Sin embargo, cuanto más avanza la inmoralidad, es cuando más necesitamos trabajar como Iglesia para rescatar a estos hombres y mujeres, simultáneamente víctimas y victimarios, de muchas mentiras y tergiversaciones respeto al género, llevándolos a creer y justificar la existencia de un “tercer sexo”.
Lo común, usual y normal hoy día, es ver y oír a los medios de comunicación mostrándose a favor de la conducta gay, y defendiendo sus “derechos”, la discriminación que “sufren”, la “falta” de tolerancia, la “homofobia” – este es el término mal empleado por los activistas “gays” para definir la aversión que las personas normales experimentan por los homosexuales–, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o la adopción de niños. Tanta es la presión, que todos, hasta homosexuales –comunes y corrientes– terminan por creer y aceptar que el homosexualismo es natural. Tal tergiversación de la verdad coloca al homosexual en una posición más difícil aún, pues ¿cómo buscará su libertad, si le enseñan que es una persona libre?
Igualmente, esa defensa –tan bien estructurada– del homosexualismo por los medios, pone en riesgo a la misma sociedad, pues los no homosexuales comienzan a apoyar dicho movimiento, teniéndolo por legítimo y justo. Y debido a esa presión, muchos cristianos también apoyan la pretensión homosexual, permitiendo que la influencia de los medios sobrepase las verdades contenidas en la Palabra de Dios. 
Las personas cautivas por el homosexualismo necesitan de nuestro amor y comprensión como todos los demás pecadores. No obstante, ningún pecado deberá ser  tolerado o aceptado como forma de vida, ni por nosotros los creyentes, ni por la sociedad. Las mentiras promovidas y favorables al homosexualismo, deben ser refutadas por cada miembro del Cuerpo de Cristo.
La iglesia debe despertar a esa realidad, pues conforme se logran avances en la llamada “Agenda Gay”, mayores peligros se ciernen sobre la Iglesia de Cristo. La finalidad de esta disertación escrita es doble. Primeramente, es reconocer que los homosexuales son hombres y mujeres creados y amados por Dios, hombres y mujeres por quienes Cristo murió, y a quienes debemos llevar las nuevas de la salvación eterna y de la libertad que hay en Cristo. En segundo lugar, es proporcionar a los creyentes elementos de juicio a fin de que puedan dar a conocer su posición cristiana en cualquier lugar en donde se les cuestione, incluyendo debates televisivos, en la radio, en artículos periodísticos o en revistas, etc.  Es hacer que los hijos de Dios se conviertan en voceros de la verdad divina, sin temor al qué dirán, dispuestos a ser luz donde quiera que estén.

miércoles, 29 de junio de 2011

¡Por favor, no lea este mensaje!

De nada sirvió pedir, ¿cierto? Observe: Hice una solicitud (no impuse un mandamiento), le pedí educadamente (y no amenazando con el fuego del infierno), no ha sido una imposición hecha dentro de una maquiavélica iglesia institucional por pastores tiránicos y aun así... aquí está usted leyendo este mensaje. ¿Y por qué? Nadie le obligó, ciertamente usted podría estar haciendo muchas otras cosas en este momento, no va a ganar dinero o prestigio por leer este artículo... en suma, no había ninguna razón para que desatendiera  una solicitud que le hice con la mayor objetividad y cortesía: "Por favor, no lea este mensaje". Entonces, ¿por qué rayos está leyendo? Simple: porque dentro de usted, de mí y de todas las personas, se da una guerra, cuyo detonante es algo que se llama "pecado". Es este tal "pecado" el que hace  que siempre queramos hacer lo que nos da la gana y tomar las riendas de nuestra vida.
La respuesta es simple: usted está leyendo este mensaje simplemente porque quiso. Y eso es todo.
Pecar es exactamente eso: un intento de quitar de las manos de Dios la autoridad para decidir qué hacer. Es decirle a Dios: "El que manda aquí soy yo". Dios dice “no” y yo digo “sí”: listo, pecado. Dios dice "azul" y yo digo "rojo": listo, pecado. Dios dice: "vida" y yo digo "muerte": listo, pecado. En otras palabras: pecado es decirle al Creador que Él no tiene nada que hacer con mis decisiones, y es mejor que no se entrometa en esto que estoy a punto de hacer –y que probablemente haré. ¡El que manda aquí soy yo!  
Estamos entrañados en este mal desde la infancia. Usted lo puede ver en un bebé de seis meses de edad: usted le dice "come" y él da un manotazo en la cuchara. Y ello a pesar de saber que desobedecer las normas es malo (Romanos 3:20). Sabemos exactamente lo que está bien y lo que está mal,  sólo que para el hombre natural igual le da, siempre y cuando a él le salga bien.
Pero entonces... ah, ocurre una cosa curiosa, rara, milagrosa, emocionante: un día, de la nada, sin que lo esperemos, el Espíritu Santo de Dios se acerca a usted, extiende la mano, toca su corazón, susurra a su oído y le dice… ¡"Ven"!. ¡Oh, qué glorioso evento! En el momento en que Él hace esto, las manos y los pies de Jesús de Nazaret son clavados en la cruz, el Mesías sufre dolores insoportables y se cumple Romanos 4: 25: “… fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”
¡Sí! ¡Por el atroz sufrimiento del Cordero sin mancha somos justificados! ¡Regenerados! ¡Adoptados! ¡Salvados! ¡En aquel glorioso momento nuestro nombre es escrito en el libro de la vida y recibimos las llaves de la gloria eterna! Y a partir de allí, viviremos por todos los próximos años libres de pecado, caminando por gracia, sin cometer actos de maldad, sin maltratar al prójimo, sin desobedecer a Dios, casi como angelitos tocando liras con corazones puros. Ya no hablaremos mal de nadie, no más mentiras, ya no odiaremos, no tendremos envidia, no codiciaremos  la mujer o el hombre del prójimo/a,  pues ¡estamos li-bres-del-pe-ca-do! ¡Aleluya!
Espere, espere… espere un minuto.
Calma.
Esta descripción no concuerda con lo que vivo y con lo que veo a mí alrededor entre mis hermanos en Cristo. Ahora estoy confundido. Hace dieciséis años el Espíritu Santo de Dios me dijo: "Mauricio, ven". Y fui. Racionalmente sé y confieso con mi boca con toda la certeza en mi corazón: Jesucristo es el único Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por Él; que es mi Señor y Salvador y sin Él yo no tendría ninguna manera de ir al cielo, pues solo por el mérito de Jesús, por su sacrificio en la cruz, tengo acceso a la vida eterna. Así que, si todo sucedió... ¿por qué todavía miento, odio,  codicio la mujer del prójimo, envidio, soy egoísta, intrigante, materialista, tengo ganas de pegarle a algunas personas... ¿por qué? ¿Por qué mi mente está poblada de pensamientos de ira, lujuria, rencor, desesperanza, depresión, egocentrismo? ¿No se suponía que debiera haber sido liberado automáticamente de todo esto?
Pablo dice en Romanos 6: 22: "Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna". Ahora bien, ¡he sido libre del pecado! ¡Yo soy siervo de Dios! ¡Cosecho los frutos de la santidad!  Entonces ¿por qué todavía tengo tantas ganas de pecar? ¿Por qué todos los días me mueeeeeeero de ganas de hacer un montón de cosas malas? ¿Eso significa que no he sido salvo? ¿Me habré extraviado? ¿El diablo es más fuerte que yo?
Nada de eso. Hay una buena explicación.
La verdad es que cuando fuimos justificados ello no nos libra de la podrida carne con que estamos formados. Nuestro espíritu pasa por una metamorfosis, de muerte a vida, pero la carne sigue siendo igual que antes. Por lo tanto, donde antes no había conflicto (ya que la carne y el alma querían revolcarse en el fango y pasear por los basureros saltando cogidos de la mano), ahora hay una guerra. Mi espíritu manifiesta en si el fruto del Espíritu Santo de Gálatas 5: 22, 23, pero mi carne anhela la concupiscencia descrita en Gálatas 5:19-21, toda clase de inmundicia.
Es decir, la conversión es el principio de una guerra en nosotros. Nosotros contra nosotros.
Es por causa de esta guerra que usted no atendió mi cortés petición para no leer este mensaje. Pues, aunque su espíritu diga "hagas a tu prójimo lo que te gustaría que te hicieran a ti", su carne dice "que importa, ¿quién lo sabrá? Haz lo que quieras, pues esto es el todo de la ley". Y la guerra no cesa: usted quiere mantener su cuerpo santo, pero la carne le hace acceder a sitios pornográficos en Internet. Su espíritu le lleva a perdonar la ofensa, pero la carne quiere venganza. Su espíritu regenerado es generoso, pero su carne es codiciosa. Su espíritu quiere honrar a sus superiores, pero su carne quiere hablar mal de sus líderes y sus pastores. Y vivimos en este tira y hala a diario.
¿Se identifica con esta realidad que estoy describiendo?
Si respondió , le doy una grata noticia: felicidades, eres parte de un selecto grupo de personas que fueron llamados a la salvación. Pues el hombre que no ha sido salvo por Dios para estar entre los elegidos, no se enfrenta a esta guerra. Él hace lo que está mal y no sufre nada por ello. Mas cuando los elegidos para salvación hacen lo malo, se quebrantan, se humillan, se cubren de polvo y ceniza, se arrodillan y piden perdón de sus pecados. Pablo mismo se confesó: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago" (Romanos 7:19).
Nunca he conocido a un hombre de Dios que no peque. Nunca conocí a una mujer de Dios que no desobedeciera al Señor. Tú, yo, todos vivimos un conflicto que durará hasta nuestro último aliento. Mientras estemos atrapados en este cuerpo de muerte, que es el pecado, pecaremos. La diferencia entre nosotros y aquellos que no recibieron el llamado del Espíritu es que a nosotros nos importa, porque cada día somos convencidos de pecado, de justicia y de juicio – y eso no es de nosotros, es don de Dios. Y porque nos preocupamos, buscamos el perdón junto al abogado que es Cristo y continuamos en el campo de batalla. Pecando. Cayendo. Siendo levantados. En la guerra. Disparando, recibiendo golpes, lanzando golpes, siendo heridos. Y así vamos por el camino estrecho hacia la puerta estrecha, hacia el día en que la carne dejará de existir y solo habrá el espíritu. Y sólo entonces será firmado el armisticio y la guerra será  ganada.
Jesús, de hecho, ganó la guerra cuando dijo: "Consumado es". Pero, seguimos en la lucha hasta que seamos llamados para entrar en la muerte, que es el comienzo de la vida eterna. Hasta entonces, mi amigo, mi amiga, esta desgracia llamada carne, continuará haciendo que usted lea mensaje que alguien le pidió que no lo leyera. O tener pensamientos sexuales con aquella persona que no es su cónyuge. O deslizar un poco de dinero ilícito en su bolsillo. O decirles a sus padres que pasará la noche en casa de un amigo, mientras estará en la discoteca. U odiar a los odiosos cuando debería amarlos. O hacer cualquier otra cosa que entristezca el corazón de Dios.
Es una guerra terrible. Y en esta guerra, hay un traidor entre medio nuestro. Hay alguien que es parte de nuestro ejército y que milita contra nosotros. Su nombre es “justificación”. Cada vez que pecamos, la justificación viene queriendo dar una manito. Argumentar. "Dios perdona",  le recuerda. "Oh, usted se lo merece", sugiere. "Nadie se dará cuenta", y te guiña el ojo. "Usted levantó la mano en la hora del llamado al altar, ya es salvo, y un pecadito no le hará daño", susurra. "Usted va todos los domingos al  culto, este pecadito no que le hará mal", dice. Y así, la justificación siempre encontrará una excusa que llevarlo al pecado. Usted, entonces, comienza a escucharla y a hacer lo que dice el traidor. Pero, de repente...
De repente viene el Espíritu de Dios y dice, con voz dulce y suave: "Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10: 26, 27). 
Y al oír esto, me estremezco de arriba a abajo. Y me pregunto: la próxima vez que yo lea "Por favor, no lea este mensaje" ¿cuál será mi actitud?
En la hora de la tentación, recuerdo el día en que el Espíritu me dijo: "Ven"; él me regaló armas que yo podría usar en esta guerra. Y antes de que yo lea cualquier mensaje que me pidieron no leer, antes que adultere, que mienta, que hurte, que odie, que codicie, que envidie, que mate, que defraude, que calumnie, antes que cometa cualquier acto contra la santidad de Dios, buscaré echar manos de las armas del Espíritu: oración, ayuno, buenos consejeros, buenos libros, el cinto de la verdad, la coraza de justicia, el apresto del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
Y con estas armas en la mano, Jesús sólo le pide un único y simple favor: “Vete y no peques más”.
Paz a todos ustedes que están en Cristo.

*Maurício Zágari:
Cristiano, brasilero, periodista, escritor, traductor, editor y locutor.

domingo, 26 de junio de 2011

Me muero de vergüenza

Por Maurício Zágari*
Hola, mi nombre es Mauricio Zágari y me muero de vergüenza de mí mismo. Para decir la verdad, estoy demasiado avergonzado de mí. Yo me creía un buen cristiano, que hacía las cosas bien, que cumplía con la cartilla de Dios. Hasta que descubrí que estoy a años luz de distancia de ser el cristiano que Cristo quiere que yo sea. Y por eso me avergüenzo tanto, que casi no tengo el coraje de salir de debajo de las mantas por la mañana.
Si usted pudiera seguir mi vida cristiana más de una semana con una cámara oculta, me complacería. Yo oro y leo la Biblia con regularidad. De hecho, he leído la Biblia entera, de Génesis a Apocalipsis. Leo buenos libros cristianos. Asistí a dos seminarios teológicos. Cada domingo visto mi uniforme de creyente y voy al culto. Con corbata y todo. Llego a la iglesia, sonrío a la gente, hablo con la jerga evangélica, beso a las señoras mayores. Cuando alguien me elogia por alguna razón, saco a relucir toda mi humildad y digo: "A Dios sea la gloria". Sí, soy el pináculo de la humildad cristiana, siempre dando gloria a Dios cuando me resaltan alguna cualidad.
Se inicia el culto, yo canto alabanzas, levanto las manos, cierro mis ojos como una manera de demostrar cómo la música me toca y cómo estoy entrando en el Lugar Santísimo gracias a la inmensa espiritualidad que exudo por todos mis poros. En el tiempo de saludar a mis hermanos pongo mi mejor cara de virtud. Diezmo y presto mucha atención a lo que el pastor está predicando. Al final, canto un poco más y termino el culto deseando una semana bendecida a los hermanos. Me voy a la casa, oro antes de cada comida, cumplo con todo lo que manda el libro. Soy un tremendo creyente. Yo hago mis propias donaciones –y no espere que vaya a contarlas aquí, después de todo, lo que la mano derecha hace la izquierda no lo debe saber y soy tan recto, que jamás le diría de que manera doy mi dinero a los pobres. Luego, por la noche, pongo mi cabeza en la almohada después de la oración con imposición de manos sobre mi hija en la cuna, y me acuesto a soñar con los angelitos, muy satisfecho con mi perfecta vida cristiana.
Sólo que por la mañana alguien me despierta metiéndose conmigo. Alguien que está empeñado en despertarme para convencerme de pecado, de justicia y de juicio. Me viro hacia el otro lado. "Déjame tranquilo", refunfuño, "estoy haciendo todo bien". Me cubro la cabeza con la almohada... pero de nada sirve. Despierto muerto  de vergüenza de mí mismo.  ¿No es que ese “alguien” comienza a recordarme cosas que yo preferiría no recordar? Lo primero que dice es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas 10:27). Y por más tocado que esté a esta hora, me doy cuenta de que nunca en mi vida he amado a Dios sobre todas las cosas, con el 100% de mi corazón y alma y fuerza. Siempre tuve fuerzas que podría haber canalizado hacia mi relación con Dios... y no lo hice. Yo lo quiero, es cierto. Pero, si yo lo amase tanto mi tiempo sería menos dedicado a mí mismo.
Hablo de tiempo, ya que éste es un buen termómetro de nuestras prioridades: Es en aquello que le es más importante que invierte más de su tiempo. Y entonces comparo la cantidad de tiempo que paso en mi relación íntima con Dios y veo cuan poco tiempo de calidad Él ha recibido de mí. Y resalto "íntimamente", porque no me estoy refiriendo a las oraciones clichés, como "Oh, Señor mi Dios y mi padre, el rey de las galaxias, Señor Dios, eterno e inefable..."  sino a las oraciones del tipo "Abba, Padre...." Gasto tiempo en comer, dormir, beber, jugar videojuegos, ver televisión, salir con amigos, en citas; en escribir textos, libros e informes; trabajar, comprar... Y por más que yo ore diariamente, mi tiempo de comunión con el autor de mi vida es risible para quien yo debiera amar "con todo mi corazón y de toda mi alma y con todas mis fuerzas y con toda mi mente". Por eso, estoy avergonzado de mí.
Y cuando pensé que ya suficientemente había muerto de vergüenza, viene aquel Alguien y me susurra al oído: "Y a tu prójimo como a ti mismo". Que chiste.  Alcanzo a reír, con una mueca. No, yo no amo a mi prójimo ni una centésima parte de lo que me amo a mí mismo. Yo invierto en , busco mi placer, creo alternativas para  entretenerme, pago mi seguro, voy al médico para cuidar de mi salud... ¡hombre!, ¡como me amo! ¡Como cuido de mí! No me desamparo, no me dejo pasar hambre, voy al trabajo en el trasporte más caro porque, después de todo, me quiero tanto que no me permitiría pasar dos horas al día en un transporte que me dejara con  dolor de espalda. Y luego veo las acciones que hago por mi prójimo y que demuestran mi amor por él y… me muero de vergüenza. ¿La verdad? Prácticamente no hago nada por los demás. De hecho, para no decir que no hago nada, digo siempre un formal ¿”cómo le va?”  Y ruego para que él esté bien de verdad, para que yo no tenga que escuchar sus lamentos y quejas (después de todo, escucharlo me quitaría el tiempo en que YO podría estar quejándome y lamentándome con él).
Pensar en ello me hace morir de vergüenza. Así que hago lo que sea para no pensar. Pensar incomoda, ¿cierto? Nos saca de la zona cómoda. Y a veces hasta duele. Y duele mucho. Decido, entonces, como buen cristiano, hacer mi devocional diario. Pero, por desgracia, las palabras que leo en la Palabra de Dios son "buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33). Entonces pienso en lo mucho que me preocupo más por la promoción en el trabajo, por el impuesto de la renta, por el cambio de mi coche por uno que llame más la atención de la gente y por otros aspectos prácticos de la vida; me doy cuenta de que el "Reino de Dios" parece algo distante y efímero, algo como personas vestidas de blanco caminando en una nube o gente desocupada caminando por un hermoso camino de ladrillos de oro, como en la película" El mago de Oz".
Cometo el pecado más grande para aquellos que no quieren estar avergonzados de sí mismos: leer la Biblia. Y muero de vergüenza de mí. Veo lo que Dios le dijo al joven rico y me doy cuenta de que yo tendría la misma actitud que el muchacho si estuviera en su lugar. Veo el pasaje de la mujer adúltera, y aborrezco a los judíos legalistas que querían apedrearla, pero... me doy cuenta de que si estuviera allí yo tendría una piedra en cada mano. Medito sobre el pasaje del hombre rico y Lázaro, y me doy cuenta, con un estremecimiento en el cuerpo, que el nombre de aquel rico bien podría ser el mío. Me veo sin ninguna fe cuando la tormenta sacude el barco donde Jesús duerme y yo soy el primero en correr hacia él para despertarlo. Crítico a los apóstoles cuando discutían para saber quién se sentaría a la derecha de Cristo en su Reino; y avergonzado me doy cuenta, de que tal como ellos estoy queriendo un lugar de preeminencia.  Me quedo dormido en el Monte de los Olivos, sin tener en cuenta el sufrimiento del Mesías, y cuando el gallo canta tres veces es a mí a quien el Maestro dirige su mirada – aun sabiendo que vengo al culto cada domingo, y le digo del principio al fin: "Señor, tú sabes Te amo".
Afligido por la vergüenza, corro al Sermón del Monte que, después de todo, es tan lindo, tan poético, me hace sentir tan bien. Parece poesia de Vinicius de Morais, Fernando Pessoa o Clarice Lispector. ¡Frasecitas tan agradables de oír! ¡Quizás hasta encuentre algunas para el Twitter! Pero, Dios mío, me pongo a leer y es entonces cuando la vergüenza come mis entrañas. ¡Intento verme en las Bienaventuranzas y no me encuentro! Oigo al Maestro hablar sobre el ser la sal y la luz del mundo y veo cuan insípido y oscuro he sido. Me doy cuenta de que mi justicia es igualita a la de los escribas y fariseos, que yo guardo rencor hacia mucha gente, que mi  es a menudo no y que mi no a menudo es tal vezAmo a mis amigos y aborrezco a mis enemigos. Vergüenza, vergüenza, vergüenza...
Llego a Mateo 6 y veo cuanto me preocupo por lo que he de comer y beber. ¿Los lirios del campo? ¡Oh, vamos! ¿Dios alimenta a las aves? Yo no tengo plumas, mi hermano. Por eso atravieso mis días viviendo cada día mi mal y más el mal del mes próximo, del próximo año, de mi vejez. Y me muero de vergüenza. Y hay más: sí, yo juzgo a mi prójimo. Todos los días. Leo entonces, acerca de poner la otra mejilla, caminar la milla extra, dejar la capa y trato de recordar la última vez que hice estas cosas. No puedo. No me acuerdo. ¿Será que es porqué casi nunca hice eso? Pero, si se trata de recordar la última vez que le di su merecido al que me ofendió, ah, ¡eso es fácil! Recuerdo perfectamente la última, la penúltima, la antepenúltima y las últimas centenas de veces que pagué ojo por ojo y diente por diente.La vergüenza que siento es tan grande, que llego al punto que no la soporto más y pongo la Biblia en la mesita de noche. ¡Basta de Biblia! ¡Basta de mirar en este espejo tan vergonzoso! ¡Basta de mirar dentro de mí! ¡Basta de ver como estoy tan lejos de ser el cristiano que Jesús quiere que yo sea! Seguidamente tomo un libro sobre la Historia de la Iglesia, ya sabe, para tomar un descanso. Me gusta la historia. Pero lo que leo no es de mucha ayuda.
Leo acerca de los primeros cristianos. Leo acerca de Policarpo, que cuando se vio amenazado con la hoguera si no negaba a Cristo responde a su acusador: "Usted me amenaza con un fuego que quema durante una hora y luego se apaga. Pero al fuego del juicio futuro y del castigo eterno reservado para los impíos, éstos, usted los ignora. Pero ¿por qué está demorándose? Haga lo que tenga que hacer". Y mirando al cielo ora al Señor: "Padre, yo te bendigo por haberme hallado digno de recibir mi premio entre los mártires". Puedo comparar su actitud con la vergüenza que experimento solo por entregar un folleto evangelístico a alguien en la calle. Mi voluntad es esconderme en la primera grieta del piso que encuentre. O en un agujero de ratón  – lo que sería más apropiado.
Leo acerca de las historias de la vida y muerte de mártires como Maturo, Santo, Blandina, Lorenzo, Albano, Átalo, Romano y otros que fueron destrozados por confesar su fe en Cristo y mis lágrimas revelan mi vergüenza. Incapaz de soportar mi fe tosca y calculadora, cambio el libro de Historia por "El Libro de los Mártires" de John Foxe, y al azar abro cualquier página  que me haga olvidar mi cristianismo superficial y burlesco. Y allí encuentro la historia del pequeño niño que confiesa a Cristo ante las autoridades paganas y por eso le arrancan el cuero cabelludo de la parte superior de su cabeza. Leo entonces que al verlo su madre le grita: "¡Aguanta, hijito! Pronto verás a aquel que adornará tu cabeza desnuda con una corona de gloria eterna", con lo cual el niño se anima y recibe los azotes con una sonrisa. Lágrimas de vergüenza caen por mi cara y mal puedo llegar al final de la historia, que concluye con el relato del final de la extraordinaria vida de este niño: "Al llegar al lugar  los verdugos arrancan al hijo de su madre, quien lo había tomado en sus brazos. La madre, que se limita a darle un beso, entrega al niño. –Adiós–dijo. –Adiós, mi dulce pequeño. Una vez que hayas entrado en el reino de Cristo, allá en su bendito estado acuérdate de tu madre". Y mientras la espada del verdugo era aplicada al cuello del niño ella cantó así: Todo loor del corazón y de la voz te la damos a  Ti, Señor, en este día que la muerte de este santo recibes con gran amor".
Dios mío.... Dios mío... Dios mío....
Y muero, pero muero de vergüenza al percatarme de que estoy leyendo el libro acostado en una confortable cama, con música ambiental, colcha, soda, un buen sándwich y aire acondicionado.
Leo acerca de cristianos que se vendieron como esclavos con el fin de predicar el Evangelio en Indonesia, donde de otra forma, no lograrían entrar para llevar el mensaje de la Cruz. Voy a la página web del Ministerio Misión Puertas Abiertas y  descubro que miles de personas mueren todos los años, hoy en día, en países donde existe persecución religiosa, como China, Corea del Norte, los países árabes... y no quiero pensar en ello, porque me avergüenza demasiado el recordar mi pereza para manejar una hora en un coche con transmisión automático para ir a predicar el Evangelio en una iglesia de un barrio un poco más lejos (donde probablemente me darán una rica ofrenda para "bendecirme"). ¡Qué vergüenza ...
Y luego, como cualquier buena persona que quiere olvidar la realidad de la vida, me entrego a las drogas. No a las drogas prohibidas y químicas, mas aquella droga adictiva, alienante y escapista llamada televisión. Quiero ver cualquier tontería que me haga olvidar mi patético cristianismo. Enciendo el televisor y lo que veo es el programa de un pastor que grita, ofende y en vez de predicar el Evangelio de los mártires habla de la prosperidad, del dinero y de los productos que usted puede comprar con la tarjeta o con cheques postdatados. Cambio de canal y veo a otro pastor dialogando con un demonio en la televisión nacional. Con manos temblorosas, rápidamente cambio de canal otra vez, y veo a una sacerdotisa vestida como un pavo de Beverly Hills hablando de cómo obtener victorias para su vida. Ya con falta de aliento, hago mi último intento y sudando, cambio a otro canal. Lo que veo aquí es el peor de todos los programas: lo que pasó es que, sin darme cuenta, en lugar de cambiar de canal presioné el botón "off" y el televisor se apagó. Es entonces que, ante la negra pantalla veo a mi propia imagen reflejada en ella. Y me muero de vergüenza por lo que es el más vergonzoso de todo lo que había visto en aquel televisor. Me paro. Silencio. Cierro la puerta de la habitación. Doblo mis rodillas. 
La vergüenza es tan grande que mi oración no tiene palabras, sólo llanto. Sin el coraje de abrir la boca, estoy contento en tomar las palabras de un hombre que hace tres mil años murió de vergüenza de sí mismo ante Dios. Y me hago eco de sus palabras registradas en el Salmo 51: 1-12.
"Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente".
Hola, mi nombre es Mauricio Zágari y me muero de vergüenza de mí mismo. Para decir la verdad, estoy demasiado avergonzado de mí. Yo me creía un buen cristiano, que hacía las cosas bien, que cumplía con la cartilla de Dios. Hasta que descubrí que estoy a años luz de distancia de ser el cristiano que Cristo quiere que yo sea. Y por eso me avergüenzo tanto, que casi no tengo el coraje de salir de debajo de las mantas por la mañana. 
Mas tengo esperanza de que logre convertirme siempre, día tras día.
Paz a todos ustedes que están en Cristo.

*Maurício Zágari:
Cristiano, brasilero, periodista, escritor, traductor, editor y locutor.
http://apenas1.wordpress.com/quem-sou-eu/

sábado, 25 de junio de 2011

La ratificación de Eros: cuando los cristianos se divorcian



24 de junio 2011 (Breakpoint.org / Pro-Familia Noticias ) - Todavía me acuerdo de mi tristeza al saber que un viejo amigo, alguien que yo creía que era un cristiano sincero, estaba abandonando a su esposa. Quedé sorprendido y decepcionado. ¿Cómo pudo este hombre tan dedicado a su esposa y a su Señor, enamorarse de otra mujer?

Un artículo escrito por el fallecido Sheldon Vanauken ayuda a responder a la pregunta y nos recuerda que estas tentaciones son muy comunes.

Vanauken, famoso por ser el autor de la poderosa historia de amor titulada "A Severe Mercy" (Una misericordia difícil), también publicó una colección de artículos llamados "Under the Mercy" (Bajo la misericordia), que explora los sentimientos.

En un artículo titulado "The Loves" (Los amores), Vanauken describe cómo un amigo cristiano llamado John le sorprendió con el anuncio de que estaba dejando a su esposa para casarse con otra mujer. John explicó su cambio repentino diciendo: "Se veía tan bien, tan correcto. Fue en ese momento que supimos que deberíamos divorciarnos. Pertenecíamos el uno al otro".

Como lo explica Vanauken, John estaba "invocando una ley más elevada: el sentimiento de que algo es bueno y correcto. Un sentimiento tan fuerte que barría... cualquier culpa que, en otras circunstancias, él hubiera experimentado” por lo que estaba haciendo a su familia.

Desafortunadamente, muchas personas aman el cónyuge no como persona, sino como alguien que despierta ciertos sentimientos. El voto del matrimonio no era tanto para la persona como para ese sentimiento. Así que, cuando estas personas se enamoran de otra, simplemente transfieren el voto a esta otra persona. Y ¿por qué no? Vanauken dice: "¿Si los votos no son nada más que sentimientos?"

Vanauken nombra a estas emociones excitantes "La ratificación de Eros". Cuando John dijo que su nuevo amor era algo bueno, "la aprobación sagrada que [él dijo que] sintió no podría haber sido procedente de [Dios], cuya condenación del divorcio está explícita en las Escrituras. Fue Eros, el dios pagano de los amantes, el que da esta ratificación a los fieles que están en su altar".

Vanauken continúa: "El veredicto de Eros de que este amor es algo tan bueno y tan correcto, para que todas las traiciones sean justificadas es simplemente una mentira". Pero lo peor de todo: los que son capturados y esclavizados por Eros están convencidos de que el amor de ellos es diferente, incluso sagrado. Ellos no se imaginan, Vanauken dice, "que la mitad de los amantes tienen la misma garantía".

Ahora bien, ¿puede este tipo de amor llamado Eros –este  apego físico y emocional–  ser una parte saludable de un matrimonio? ¡Por supuesto que no! Sin embargo, Eros no es el tipo de amor que mantiene esposos y esposas juntos "hasta que la muerte los separe". Este amor es el amor Ágape –amor ejemplificado por el sacrificio que Cristo eligió hacer de sí mismo en la cruz por su Novia, la Iglesia. Ágape es el amor del que habla Pablo en Efesios 5:25, cuando ordena que los maridos amen a sus esposas así como Cristo amó a la Iglesia.

El amor Ágape busca bendecir a otra persona; mantén una actitud de sacrificarse totalmente. El amor Eros, especialmente fuera del matrimonio, busca solo utilizar al otro. Su meta es satisfacerse a sí mismo. Y es por eso que los pastores deben esforzarse bastante para enseñar a los novios acerca de la necesidad de entender el amor Ágape. En algún momento, casi con seguridad, Eros se asomará con un nuevo y excitante amor – y los sentimientos de que este nuevo amor es correcto, incluso sagrado, pueden ser irresistibles.

Las parejas necesitan saber que sólo serán capaces de resistir a estas tentaciones cuando Cristo y el amor Ágape sean el centro de sus matrimonios.

Fuente: http://noticiasprofamilia.blogspot.com
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